Juan Mayorga
Imaginemos un tablero de ajedrez en un parque cualquiera. Imaginemos que este tablero es, al mismo tiempo, otro situado muy lejos de allí, en Reikiavik. Y que los dos hombres que juegan en ese parque y en ese tablero, Waterloo y Bailén, en realidad juegan a ser otros: el indómito y genial Bobby Fischer contra Boris Spasski, tan elegante y sensible como discreto. Todo esto está sucediendo ahora, sí, pero al mismo tiempo en el verano de 1972, durante el campeonato del mundo de ajedrez más famoso de la historia. De pronto, un adolescente se detiene ante ese tablero, lo mira, mueve una pieza. La partida ha comenzado y algo nos dice que la vida de ese muchacho está a punto de cambiar para siempre.