FERNANDO GONZÁLEZ
El Libro de los viajes o de las presencias es una obra de madurez y de maduración. En él se recoge el proceso filosófico y espiritual del autor durante un largo período de crisis vital que lo sumió en el silencio y en la soledad durante casi veinte años. Para entender a cabalidad la obra hay que tener en cuenta esta dura etapa de Fernando González. En 1941 había publicado El maestro de escuela, que remata así: «Termino avisando que ha muerto definitivamente el maestro de escuela». Y en el último renglón de la última página: «Requiescat in pace. Ahora sí estoy muerto. Ex Fernando González». Y al concluir el apéndice «El idiota», que sirve de colofón al volumen, un grito desgarrador y rudo: «Putísima es la vida».
La producción literaria de Fernando González se frena luego de El maestro de escuela, en contraposición a la fecundidad de la década anterior, durante la cual publica casi un libro por año. El solitario de Envigado está de retirada. En 1942 aparece el Estatuto de Valorización, en 1943 publica la segunda edición de Mi Simón Bolívar y en 1945, en un último esfuerzo, circulan los números finales de la Revista Antioquia. También son de esa época las cartas al padre Antonio Restrepo, sacerdote jesuita, profesor de su hijo Fernando, y las Arengas políticas, que aparecen en El Correo de Medellín. Y no más. El 28 de enero de 1947 muere su hijo Ramiro, a la edad de 24 años, a una semana de graduarse como médico. Es un golpe rudo, que lo derrumba. «Era más para mí que yo
», dijo él. En 1949 muere también su hermano Alfonso, quien siempre fue ayuda y acicate a la hora de publicar sus libros. Son años de prueba, de una honda conmoción interior que se verá reflejada en su vivencia más íntima en el Libro de los viajes o de las presencias.
Entre 1953 y 1957 el escritor envigadeño repite su experiencia como cónsul de Colombia, que ya había tenido en Génova y Marsella entre 1932 y 1934, esta vez en Róterdam (Holanda), por unos pocos meses, y luego en Bilbao (España). En 1957 regresa a Envigado y de nuevo se instala en la amada casa de La Huerta del Alemán, nombre que va a cambiar por el de Otraparte en 1959, precisamente el año en el que publica el libro. Ese regreso a Envigado es el arranque de la obra y en ella recoge su experiencia de noche oscura, esa vivencia infernal del «Hoyo de los Animales Nocturnos» y su inmersión en el misterio de la Intimidad. El libro constituye además la resurrección del maestro de escuela Manjarrés.
Explica Fernando González: «En este libro expresé dramáticamente, dialécticamente, partiendo de mí y de mi Envigado, cómo se hace el viaje desde sus raíces, desde su yo hasta el Cristo y el Padre y el Espíritu Santo».
(Reseña basada en un prólogo
de Ernesto Ochoa Moreno).